Que la deriva autoritaria y corrupta de Pedro Sánchez tiene un espejo claro en Latinoamérica. Si alguien quiere saber a dónde nos conduce su modelo de poder, solo tiene que mirar lo que hoy está ocurriendo con Cristina Fernández de Kirchner en Argentina: una exmandataria acorralada por causas judiciales, envuelta en escándalos de corrupción, y que sigue manejando los hilos de un aparato político dispuesto a destruir el Estado de derecho con tal de garantizar su impunidad. Sánchez no gobierna para España. Gobierna para blindarse. Como Kirchner, necesita el poder no para servir a los ciudadanos, sino para mantenerse fuera del alcance de la justicia. Rodeado de escándalos que salpican a su partido, a su Gobierno, e incluso a su entorno más íntimo, ha optado por convertir al Estado en un escudo personal y a la ley en un enemigo que hay que doblegar.
Cristina Kirchner ya fue condenada que reconoce su responsabilidad en el saqueo del Estado. Sánchez aún no ha sido condenado, pero cada día que pasa lo acerca más al abismo. La reciente actuación de la UCO, los informes que apuntan a posibles comisiones ilegales, el procesamiento del fiscal general del Estado, las investigaciones a su entorno personal… Todo dibuja un mapa de podredumbre que no se puede ocultar con propaganda. Pero lo más grave no es la corrupción, sino el modelo político que la justifica: el sanchismo ha asumido la lógica kirchnerista de confrontación, de ruptura institucional y de desprecio por la legalidad. Atacan a jueces, manipulan fiscales, insultan a la oposición, compran medios y pactan con enemigos de España. Han convertido la Moncloa en un bunker desde el que se gobierna por decreto, se legisla por chantaje y se responde con soberbia a cada crítica legítima.