Por Álvaro de Lamadrid
La historia argentina ofrece ejemplos que sirven como advertencia, como guía y como espejo. Hoy más que nunca, cuando el debate sobre la corrupción, el populismo y la ética pública vuelve al centro de la escena, vale la pena marcar la diferencia fundamental entre dos figuras que representan modelos opuestos de hacer política: Ricardo Balbín y Cristina Fernández de Kirchner.
Ricardo Balbín fue un preso político. Un hombre que fue encarcelado por sus ideas, por su lucha democrática, por su compromiso con la institucionalidad en tiempos donde defender la República era un acto de valentía. Su figura puede ser debatida, como la de cualquier político, pero no hay en su trayectoria un solo hecho de corrupción ni mancha en su honor. En lo económico, su tiempo y sus ideas estuvieron dentro de lo razonable. En lo político, su legado es incuestionable: diálogo, república, dignidad.
Cristina Kirchner, en cambio, es una política procesada por corrupción. Su gobierno no dejó más que un país arrasado institucional y económicamente. Durante años usó el poder no para servir, sino para protegerse. Hoy enfrenta causas judiciales por delitos graves que van desde la asociación ilícita hasta la administración fraudulenta. Su gestión no dejó una sola reforma institucional que fortalezca a la democracia. Su relato se sostiene en la victimización, no en los hechos.
La diferencia es profunda y contundente:
- Balbín fue perseguido por sus ideas; Cristina está señalada por sus delitos.
- Balbín fue un preso político; Cristina es una política presa.
- Balbín representa la dignidad republicana; Cristina, el colapso moral del poder.
Es urgente que los argentinos recuperemos la claridad moral y política para distinguir entre quienes fueron víctimas del autoritarismo por defender la democracia, y quienes, desde el poder, la destruyeron desde adentro. No es lo mismo tener convicciones que tener causas penales. No es lo mismo la historia que la impunidad.