Por Maximiliano Ronco.
Mauricio Macri vuelve a mirar al mundo empresario en busca de una figura que encarne “la eficiencia privada” y el “liderazgo moderno” que, según su visión, necesita la Argentina. Esta vez, el apuntado sería Marcos Galperin, fundador y ex CEO de Mercado Libre, el empresario más exitoso del país en las últimas dos décadas.
Macri quiere a Galperin como candidato a Jefe de Gobierno porteño en 2027, en reemplazo de su primo Jorge Macri, a quien no ve con posibilidades de reelegir si Patricia Bullrich, como todo indica, decide competir por ese mismo cargo. La jugada incluiría una “salida elegante” para Jorge Macri, ubicándolo como candidato presidencial del PRO en 2027. Pero incluso ese movimiento, según se mire, sería un error estratégico de proporciones.
A Marcos Galperin le sobra capacidad para gobernar la Ciudad de Buenos Aires, pero le falta algo que en política vale más que cualquier máster o balance: que la gente lo vea como un político. Le falta roce, calle, una historia que contar y, sobre todo, sacarse el traje de empresario. Gobernar no es dirigir una compañía. No se trata de optimizar procesos, sino de representar a personas, con sus conflictos, limitaciones y pasiones.
Ser candidato a Jefe de Gobierno en 2027 sería un error. Y a presidente, mucho más.
No porque le falte inteligencia o visión, sino porque todavía no construyó el vínculo emocional ni el recorrido político que hacen falta para que la gente lo sienta como un par. A Galperin lo respeta el mercado, pero la política se gana en la calle, no en las cotizaciones. Antes de pedir el voto, tiene que ganarse la confianza de quienes no compran acciones, sino esperanzas. Gobernar Buenos Aires —o un país— no es dirigir una empresa; es entender su pulso, sus barrios, sus miedos y sus códigos.
Además, la elección de 2027 no será un mano a mano contra el peronismo como la que tuvo Macri. Esta vez el escenario será una pelea en tres tercios, con Patricia Bullrich compitiendo bajo el paraguas de La Libertad Avanza, lo que fractura el electorado opositor y baja considerablemente las expectativas de triunfo del PRO. Ni el apellido, ni el marketing, ni el dinero garantizan victoria en un escenario tan atomizado.
Y si Mauricio Macri busca inspiración, solo debería mirar su propio espejo. Antes de llegar a la Casa Rosada, Macri pasó por Boca Juniors, y ese fue su verdadero trampolín. En el club revalidó sus credenciales gestionando una institución popular, con pasiones, conflictos y demandas reales. Ganó títulos, saneó las cuentas, modernizó la estructura y revolucionó la dirigencia deportiva argentina.
Esa etapa fue la que lo transformó de “el hijo de Franco” en “el Macri político.” Dejó de ser el heredero de una fortuna para convertirse en un dirigente con gestión, resultados y una historia que contar. Fue en Boca donde construyó su identidad pública, su discurso y su legitimidad. A partir de ahí, el salto a la política fue natural: la gente ya lo había visto ganar.
Pero ahora, el propio Macri es parte del problema. Ayudó a implosionar Cambiemos, dinamitando el frente que él mismo construyó, y con el PRO partido en mil pedazos, busca desesperadamente una figura que le devuelva oxígeno. Sin embargo, si quiere salvar lo poco que le queda del PRO, tiene que hacerlo él.
Debe remangarse, volver al barro y ponerse al frente como candidato. Ya no alcanza con mover las piezas: tiene que volver a jugar.
En cuanto a Galperin, lo que necesita no es velocidad, sino recorrido. Tiene que hacer inferiores antes de jugar en primera. No porque le falte capacidad, sino porque necesita que la gente lo vea como un par y no como un empresario. La política argentina castiga la soberbia y premia la cercanía.
Y ahí es donde tiene una oportunidad real: en 2026, Independiente elegirá presidente, y ese podría ser su primer gran paso. Una alianza con Gabriel Milito sería una fórmula ganadora, capaz de unir gestión, sentimiento y resultados deportivos. Si logra que Independiente se vea institucional y deportivamente como un club europeo de primer nivel, ganando títulos y recuperando prestigio, tendría su mejor carta de presentación. Sería un proyecto a mitad de camino entre la empresa y la gestión pública, con la ventaja de que en un club se decide y se ejecuta: lo que dice el presidente, se hace. Sin la burocracia legislativa ni la parálisis política.
Y si de pasos se trata, las legislativas de 2027 también serían un error. Llegar demasiado pronto al Congreso sin experiencia política visible lo expondría a una curva de aprendizaje dura y pública. En cambio, las elecciones legislativas de 2029 serían el momento ideal. Competir por una banca de diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires en 2029 le permitiría capitalizar su trabajo en Independiente, mostrarse como un dirigente maduro y con gestión comprobada.
Ganar esas elecciones sería el impulso perfecto para lanzarse a la Jefatura de Gobierno porteña en 2031. Ese recorrido —club, Congreso, Ciudad— le daría historia, identidad y legitimidad política real.
Galperin es joven. No necesita ir rápido ni quemarse por las ambiciones ajenas. Si consolida un liderazgo real en el fútbol, con resultados tangibles, podría dar el salto más adelante, con una base sólida y una historia que contar.
Galperin tiene lo que pocos: inteligencia, visión y credibilidad. Pero la política argentina no premia los currículums, sino las biografías. Si quiere convertirse en una figura con peso propio, tiene que construir su historia antes de pretender escribir la del país.
El primer paso no está en la Casa Rosada ni en la Jefatura de Gobierno, está en Avellaneda.
Si logra que Independiente vuelva a ser un club modelo, competitivo, moderno y ganador, la gente no lo verá como un empresario exitoso, sino como un líder capaz de transformar.
Ahí empezará el verdadero Marcos Galperin político: no el de los balances, sino el de los logros. No el que maneja desde la oficina, sino el que gana en la cancha.