Actualidad Política

Día 10 de octubre de 2025

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En el análisis sobre la responsabilidad política en los atentados terroristas contra la Embajada de Israel y la AMIA, ocurridos durante el gobierno de Carlos Menem, es imprescindible considerar el contexto completo y las actitudes posteriores de los gobiernos.

Durante la presidencia de Menem se produjeron ambos ataques, hechos que marcaron la historia de Argentina. Además, su hijo Carlos Menem Jr. fue asesinado en circunstancias que inicialmente el propio expresidente negó como atentado, para luego reconocer años después de dejar la presidencia que se trató de un asesinato, dejando en evidencia incumplimientos y ocultamientos.

Por otro lado, ni Cristina ni Néstor Kirchner nunca tuvieron la intención de llegar a la verdad sobre lo ocurrido en la Embajada de Israel y la AMIA. El memorándum firmado durante el gobierno de Cristina Kirchner, que otorgó impunidad a los responsables, es una clara muestra de ello.

Tampoco puede omitirse la explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero, ocurrida durante el menemismo, que tuvo como objetivo encubrir la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia. Este hecho no solo destruyó pruebas clave, sino que también provocó muertes y graves daños en la población civil. Menem estaba en el poder y fue parte central de esa maniobra de encubrimiento.

Por eso, cuando Javier Milei señala a Cristina Kirchner como responsable, debe tener cuidado de no omitir que Carlos Menem, a quien tanto admira, fue parte fundamental del encubrimiento y la impunidad que permitió que estos hechos quedaran sin justicia.

No se trata de dividir responsabilidades para sacar ventaja política, sino de exigir verdad y justicia de manera integral y sin dobles discursos. Argentina merece respeto por su memoria, justicia para sus víctimas y un compromiso real con la verdad histórica.

Por Álvaro de Lamadrid

La historia argentina ofrece ejemplos que sirven como advertencia, como guía y como espejo. Hoy más que nunca, cuando el debate sobre la corrupción, el populismo y la ética pública vuelve al centro de la escena, vale la pena marcar la diferencia fundamental entre dos figuras que representan modelos opuestos de hacer política: Ricardo Balbín y Cristina Fernández de Kirchner.

Ricardo Balbín fue un preso político. Un hombre que fue encarcelado por sus ideas, por su lucha democrática, por su compromiso con la institucionalidad en tiempos donde defender la República era un acto de valentía. Su figura puede ser debatida, como la de cualquier político, pero no hay en su trayectoria un solo hecho de corrupción ni mancha en su honor. En lo económico, su tiempo y sus ideas estuvieron dentro de lo razonable. En lo político, su legado es incuestionable: diálogo, república, dignidad.

Cristina Kirchner, en cambio, es una política procesada por corrupción. Su gobierno no dejó más que un país arrasado institucional y económicamente. Durante años usó el poder no para servir, sino para protegerse. Hoy enfrenta causas judiciales por delitos graves que van desde la asociación ilícita hasta la administración fraudulenta. Su gestión no dejó una sola reforma institucional que fortalezca a la democracia. Su relato se sostiene en la victimización, no en los hechos.

La diferencia es profunda y contundente:

  • Balbín fue perseguido por sus ideas; Cristina está señalada por sus delitos.
  • Balbín fue un preso político; Cristina es una política presa.
  • Balbín representa la dignidad republicana; Cristina, el colapso moral del poder.

Es urgente que los argentinos recuperemos la claridad moral y política para distinguir entre quienes fueron víctimas del autoritarismo por defender la democracia, y quienes, desde el poder, la destruyeron desde adentro. No es lo mismo tener convicciones que tener causas penales. No es lo mismo la historia que la impunidad.

Que la deriva autoritaria y corrupta de Pedro Sánchez tiene un espejo claro en Latinoamérica. Si alguien quiere saber a dónde nos conduce su modelo de poder, solo tiene que mirar lo que hoy está ocurriendo con Cristina Fernández de Kirchner en Argentina: una exmandataria acorralada por causas judiciales, envuelta en escándalos de corrupción, y que sigue manejando los hilos de un aparato político dispuesto a destruir el Estado de derecho con tal de garantizar su impunidad. Sánchez no gobierna para España. Gobierna para blindarse. Como Kirchner, necesita el poder no para servir a los ciudadanos, sino para mantenerse fuera del alcance de la justicia. Rodeado de escándalos que salpican a su partido, a su Gobierno, e incluso a su entorno más íntimo, ha optado por convertir al Estado en un escudo personal y a la ley en un enemigo que hay que doblegar.

Cristina Kirchner ya fue condenada que reconoce su responsabilidad en el saqueo del Estado. Sánchez aún no ha sido condenado, pero cada día que pasa lo acerca más al abismo. La reciente actuación de la UCO, los informes que apuntan a posibles comisiones ilegales, el procesamiento del fiscal general del Estado, las investigaciones a su entorno personal… Todo dibuja un mapa de podredumbre que no se puede ocultar con propaganda. Pero lo más grave no es la corrupción, sino el modelo político que la justifica: el sanchismo ha asumido la lógica kirchnerista de confrontación, de ruptura institucional y de desprecio por la legalidad. Atacan a jueces, manipulan fiscales, insultan a la oposición, compran medios y pactan con enemigos de España. Han convertido la Moncloa en un bunker desde el que se gobierna por decreto, se legisla por chantaje y se responde con soberbia a cada crítica legítima.

La Corte Suprema de Justicia ha ratificado la condena contra Cristina Fernández de Kirchner, y su situación judicial ha dejado de ser una posibilidad para convertirse en una certeza. Con una sentencia firme en su contra, el futuro inmediato de la expresidenta ya no depende de los tribunales, sino de decisiones políticas y personales.

Aunque la ejecución de la pena se hará bajo la modalidad de arresto domiciliario, debido a su edad y condiciones de salud, hay tres escenarios concretos que se evalúan tanto en su entorno como en el mundo político: aceptar las condiciones impuestas, buscar refugio en el extranjero o atrincherarse en una embajada amiga.


1. Acepta el arresto domiciliario: la cárcel en casa y una vida política reducida

Si Cristina acepta cumplir la condena bajo arresto domiciliario, su vida cambiará radicalmente. Tendrá que someterse a restricciones impuestas por la Justicia, que incluyen limitaciones en sus comunicaciones, control sobre sus visitas y una vigilancia constante.

Esto significa que ya no podrá utilizar las redes sociales como canal permanente de agitación política, ni mantener la peregrinación diaria de dirigentes a su domicilio como hasta ahora. Su influencia política quedaría acotada y su protagonismo, muy debilitado.

Para el kirchnerismo duro, esta opción representa una forma de martirio simbólico, pero para el resto del peronismo, es el principio del fin de su liderazgo.


2. Se fuga del país: el exilio como retiro forzado

Otra hipótesis, más audaz y de mayor impacto internacional, es que Cristina decida evadir la ejecución de la pena y se fugue del país. Las alternativas de refugio más mencionadas son Venezuela, Cuba o Nicaragua, regímenes aliados que podrían otorgarle protección política.

Sin embargo, este exilio implicaría vivir de prestado y bajo tutela, sujeta a los vaivenes del dictador de turno. En ese escenario, su figura quedaría reducida a una referencia simbólica para los sectores más radicalizados del progresismo regional, pero políticamente inactiva en el territorio nacional.


3. Pide asilo en una embajada amiga: trinchera diplomática con actividad política

La tercera alternativa sería refugiarse en una embajada amiga dentro de Argentina, como ya lo han hecho otros dirigentes latinoamericanos en situaciones críticas. Desde allí podría mantenerse activa políticamente, recibiendo visitas, dando entrevistas o incluso operando en redes.

El problema: esta salida puede prolongarse, pero no resolverse. No puede permanecer indefinidamente en ese estatus sin depender de una negociación diplomática. Y si el país que le otorga protección cambia de signo político, el riesgo de expulsión vuelve a estar sobre la mesa.

Además, en términos simbólicos, una líder condenada y escondida en una embajada difícilmente pueda sostener el relato de una conducción política fuerte.


El final de un ciclo

Con la condena firme, Cristina Kirchner se enfrenta al punto de inflexión más grave de su carrera política. Ya no se trata de especulaciones judiciales, sino de una decisión política y personal que marcará su legado y el futuro del kirchnerismo.
Aceptación, fuga o asilo: cualquiera de las tres opciones confirma que el liderazgo de Cristina ha entrado en una etapa terminal.

Álvaro de Lamadrid sostuvo hace días que Cristina Kirchner sería condenada por la Corte Suprema de Justicia «porque hay cero oportunidad de que el tribunal la absuelva»; pero señalo que la ratificación de la condena, antes del mes de Julio seria posible si el PJ la entrega. El tiempo del fallo no será por un gesto de la Justicia para saldar cuentas con la corrupción, sino por que desde el PJ “La están entregando.

«La Corte no actúa en el vacío. Si hay ratificación de condena antes del cierre de listas, es porque Massa, Kicillof y los gobernadores se convencieron de que Cristina es un problema, no solo para el país, sino para el propio peronismo”, porque el gobierno no quiere que se ratifique la condena antes de las elecciones, afirmó De Lamadrid.

El intento de «limpieza institucional» llega tarde. Está condena debería haberse dado hace muchísimo tiempo. Los Milei nunca quisieron sancionar la ley de Ficha Limpia, que habría impedido que condenados por corrupción tuvieran refugio en las listas. También, con acuerdo con el Kirchnerismo, quisieron llevar a la Corte a LIJO, porque está Corte es incómoda para Cristina y también para el Gobierno con fallos adversos. Ahora que Cristina ya no representa poder sino obstáculo, el PJ decide soltarle la mano y que sea la Corte la que se encargue de lo que ellos no quisieron enfrentar.

Finalmente, denunció la hipocresía del sistema: “Cuando Cristina servía, la protegieron. Ahora que molesta, la ofrecen en sacrificio. Se hizo justicia, pero una justicia que llega tarde y deja gusto a poco y que encontró su mayor razón de ser en la supervivencia del régimen.

Por Álvaro de Lamadrid

Estamos viviendo en Argentina lo que yo llamo el loop de los bandidos sin castigo, y es hora de que alguien lo diga con todas las letras. Lo que está ocurriendo con Cristina Fernández de Kirchner no es una anomalía: es el costo de la impunidad y la claudicación de las instituciones.

Fui uno de los primeros en denunciar al kirchnerismo, cuando nadie se animaba. Cuando ser opositor en Santa Cruz era jugarse la vida. Nos quemaban la casa, nos perseguían, nos silenciaban. Pero nunca bajamos los brazos, porque sabíamos que teníamos razón.

Hoy muchos de los que se dicen paladines de la libertad y la transparencia fueron cómplices, gestores y encubridores de ese sistema corrupto. Y el actual gobierno no está haciendo nada para desarmar ese entramado: lo está profundizando.

📌 Los hechos no mienten:

  • Cristina Kirchner fue condenada y tiene inhabilitación para ejercer cargos públicos. Sin embargo, se le allana el camino para ser candidata.
  • La Corte Suprema dilata fallos claves. Va a condenarla, sí, pero cuando le convenga a ella.
  • El gobierno de Javier Milei ha prolongado el plan de impunidad de Zannini y el kirchnerismo. No lo detuvo: lo convalidó.

Desde hace años, advertimos lo que pasaría. En 2009 presentamos junto a Gustavo Menna el proyecto de Ficha Limpia. ¿Qué pasó? Nada. Todos los partidos lo cajonearon. Lo dijimos en el Congreso, en la Justicia, en libros. Nadie quiso escucharnos.

Y cuando asumió Milei, a solo 19 días, fuimos a la Justicia a denunciar el plan de impunidad diseñado por el kirchnerismo durante el gobierno de Alberto Fernández. Pero nada pasó. No se jerarquizó la Oficina Anticorrupción, no se actuó contra la herencia de la corrupción. Se prefirió mirar para otro lado.

💬 ¿Qué está haciendo Milei?

Milei habla de libertad, pero su gobierno representa la revolución cultural de los chantas. Usa el marketing libertario para encubrir su rol como garante de impunidad.

  • Cristina no solo no fue frenada, fue cuidada «entre algodones».
  • Se juega una pelea de cartón entre Milei y el kirchnerismo, pero en el fondo están aliados por conveniencia.
  • ¿El resultado? El país sigue atrapado en la trampa de siempre: corrupción sin castigo, con el aval de todos los poderes del Estado.

⚖️ No hay República sin justicia

Podemos votar, sí. Pero eso no es suficiente. No hay república donde no se pueda investigar la corrupción del pasado, ni del presente. La corrupción no es pasado: es presente y es futuro si no se actúa ahora.

Argentina necesita despertar. No podemos elegir a los saqueadores para combatir a los saqueadores. No podemos reemplazar la corrupción K con la impunidad M.

📣 Mi conclusión es clara:

“No hay nada más kirchnerista que lo que vas a encontrar hoy en el gobierno de Milei. El Gobierno no está combatiendo la impunidad: la está garantizando.”

La casta no cayó. Eligió con quién perder, con quién pactar, y con quién seguir robando. Por eso seguimos luchando, otra vez, como hace 25 años: contra la corriente, contra la moda, contra el miedo. Porque si hay algo que no debe pasar en la Argentina nunca más… es la impunidad de los saqueadores.

Mariano Federici – Ex titular de la Unidad de Información Financiera de la Nación (2016–2019), señaló que Cristina Fernández de Kirchner, condenada por corrupción en la causa «Vialidad», siga ejerciendo influencia política y se mencione como posible candidata, no es solo una afrenta a la integridad democrática. Es un riesgo macroeconómico real y presente para la Argentina.

Porque la corrupción, lejos de ser un problema moral abstracto, tiene consecuencias concretas y devastadoras sobre la economía:

  • Distorsiona la competencia, premiando a quienes pactan con el poder y castigan a quienes cumplen la ley. El sistema deja de ser meritocrático y pasa a ser clientelar.
  • Introduce capitales ilícitos, alterando los precios y destruyendo la transparencia de los mercados.
  • Erosiona la seguridad jurídica, porque quienes deberían estar cumpliendo condenas siguen amparados por fueros y estructuras de poder, como es el caso de Cristina.
  • Disuade la inversión privada, clave para el crecimiento sostenido y la generación de empleo. ¿Quién apostaría por un país donde los corruptos gobiernan?
  • Incrementa el riesgo país, porque los inversores leen correctamente que la impunidad política debilita el Estado de Derecho.
  • Revive traumas históricos, alimentando el recuerdo de los saqueos, el default, el populismo irresponsable y la degradación institucional.
  • Alienta otras formas de criminalidad, debilitando la protección legal y física de los activos.
  • Destruye la institucionalidad y la Justicia, pilares esenciales para cualquier economía previsible, estable y confiable.

En un país donde una ex presidenta condenada por corrupción puede aún disputar el poder, el mensaje que se transmite al mundo es claro: en Argentina, el crimen paga. Y eso, lejos de atraer inversiones o promover el desarrollo, desalienta el progreso y condena al país a la decadencia.

Cristina Fernández de Kirchner debería estar cumpliendo su condena y reparando el daño causado al Estado, no operando políticamente desde las sombras ni diseñando candidaturas.

La corrupción no puede ser legitimada con votos.
La justicia no puede ser negociada con impunidad.
Y la economía no puede despegar si el poder protege a quienes la han saqueado.

Si queremos una Argentina previsible, segura y con crecimiento sostenido, los corruptos deben rendir cuentas. No competir en elecciones.


El acto del 25 de Mayo en la Catedral Metropolitana dejó una postal que recorrió el país en segundos: el presidente Javier Milei entrando al Tedeum sin saludar al jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, ni a su propia vicepresidenta, Victoria Villarruel. No fue un error, ni una omisión. Fue un mensaje. Y uno que no es nuevo en la política argentina.

Ya vimos antes esta escena: una presidenta que evitaba a los opositores, que nunca tendía la mano a quien pensaba distinto y que ni siquiera miraba a su propio vicepresidente. Hoy ese reflejo aparece otra vez, esta vez encarnado en quien prometió terminar con “la casta”, pero que parece adoptar algunas de sus peores prácticas.

Milei, que llegó al poder enarbolando la bandera de la libertad, hoy elige el camino de los gestos de desprecio. La frase que lanzó tras el acto, “Roma no paga traidores”, no solo revela una concepción personalista del poder, sino que también busca justificar lo injustificable: convertir un acto institucional en un pase de factura político.

Lo preocupante no es solo la falta de saludo. Lo preocupante es el desprecio simbólico a las instituciones, a la convivencia política, y a la responsabilidad que implica liderar un país fragmentado. Las democracias fuertes se construyen con diálogo, no con listas negras.

Lo ocurrido hoy no es simplemente una anécdota ni un exabrupto. Es una señal. Una señal de que el país puede estar cayendo, una vez más, en el juego del poder como revancha, donde el enemigo no se enfrenta con ideas, sino con gestos que buscan humillar y excluir.

La pregunta que queda es simple pero fundamental: ¿puede una república sostenerse si sus líderes confunden firmeza con desprecio, y autoridad con soberbia?

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